Han pasado casi dos años desde mi ordenación sacerdotal. En el contexto del año sacerdotal, celebrado en honor de San Juan María Vianney, y después de haber peregrinado a Roma, me siento feliz. Orgulloso de ser sacerdote y con temblor en mis frágiles manos ante tan grande misterio que llevo dentro.
He podido conocer grandes hermanos sacerdotes y amigos que me han ayudado. He aprendido a querer la Parroquia que se me confió, fomentando amistad entre mis feligreses, recibiendo de ellos constantes muestras de cariño y grandes enseñanzas.
Hoy, al realizar mi ministerio pastoral, puedo evidenciar lo que ya veía venir en el Seminario: ¡Sin Dios, estamos fritos!
Cúanta falta hace para el ministro de Dios hablar con el jefe, con el dueño y Señor; para recordar que es el rebaño del Señor, son sus ovejas, almas para El. Que todos los cristianos encomienden siempre a sus sacerdotes para que no olvidemos este misterio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario